La antigüedad nos ha legado algunos grabados, estatuas y dibujos, que nos hablan del empleo del bolso, pero prácticamente hasta la edad media alta, casi todos los bolsos se limitaban a bolsas cerradas con un cordón, tal es el caso de grabados en piedra pertenecientes a las antiguas dinastías egipcias, que databan de tres mil años a. C.; aparecen estatuas griegas y romanas con personajes portando bolsas en las manos; en las pinturas de vasos griegos también se representan a personajes con especies de bolsos....
Hasta el siglo XVI, las mujeres ocultaban sus objetos más íntimos y personales en los pliegues de la falda, o en las mangas, pero en el XVII aparecieron los bolsillos, estos no iban cosidos a las faldas, sino que se ataban a la cadera.
En París, en 1790, la moda del estilo Imperio, ajustaba los vestidos al cuerpo de las damas y por lo tanto no permitía bolsillos interiores ni ese otro tipo exterior, algunas mujeres empleaban un bolsillo sujeto a la cintura pero estos primeros bolsillos exteriores se llamaron “retículos”, del latín reticulum, sin embargo la prensa francesa criticaba que una prenda interior se convirtiera en exterior, los rebautizó como “ridículos”. Poco a poco ese bolsillo exterior da paso a un bolso con asas y entonces aparece el bolso como lo conocemos en la época actual.
Hacia 1805 no había ya mujer que no saliera de casa sin su bolso.
Lo que conocemos como bolso clásico, empezó con el caballo y el barco de vapor: Louis Vuitton hacía baúles de viaje para Napoléon III, y la casa Hermés se encargaba de las sillas de montar de los aristócratas.
Tras la II Guerra Mundial, cuando la mujer se incorporó decididamente al mundo laboral, se puso de moda el bolso de bandolera, que dejaba las manos libres; pero mucho antes, a finales del siglo XIX, el bolso ya se había incorporado al mundo de la moda y en la actualidad es un complemento decisivo en el atuendo de la mujer.
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